A fuerza de bien
“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Italo CALVINO, Las ciudades invisibles.
Vivimos en una sociedad que comprende el mundo y la vida como una maquina. Por ello nos atrevemos a ‘desconectar’ a nuestros seres queridos como si de un móvil o portátil se tratase. Vivimos en una sociedad tan tecnologizada que nos olvidamos que los hombres no nos programamos como ordenadores. Lo verdaderamente doloroso de este asunto es que, en verdad estamos perdiendo la batalla contra el bien.
Porque en nuestra sociedad utilitarista los valores básicos de bien, bondad y belleza sobran y se vuelven en nuestra contra, intentan vendernos que la sociedad actual es un paraíso, cuando en realidad vivimos en un infierno.
Justo de eso va la cita que abre este escrito, Italo CALVINO nos habla del infierno, pero no un infierno imaginario, como el que nos venden los catecismos antiguos, nos habla de un infierno real. Uno que no es castigo, sino vida misma; uno que no se gana, sino que nos pierde.
El autor italiano comienza diciendo que el infierno no es solo un tema de las postrimerías, no es algo que nos tenga que preocupar en el más allá. Nos habla de un infierno cotidiano, un lugar de muerte y no de vida, en el cual estamos insertos todos y cada uno de nosotros.
Este infierno tan temido nos recuerda es algo que esta en la vida del hombre, es una elección, es parte de nuestro libre arbitrio. Es una elección humana-existencial, porque el verdadero mensaje del Reino de Dios, es que Cristo entregó la vida por todos y por Él todos hemos sido perdonados. Pero que la salvación tiene que trabajarse, no es que se tenga que ganar, se tiene que trabajar.
En la vida tenemos que elegir entre dos caminos, esto ya lo decía la Didajé, el camino del bien, de la bondad y la belleza o el camino del mal, del egoísmo y lo terrible. El verdadero problema de esto es que es muy, pero muy, fácil llegar al camino de lo malo, porque no te implica más que dejarte llevar por lo que es infierno. Esto está íntimamente relacionado con el pecado estructural de San Juan Pablo II, donde nos recuerda que vivimos insertos en estructuras de pecado (muerte) que no nos permiten vivir correctamente; pero estamos tan insertos en ellos que no nos damos cuenta y entonces nos pasa lo que decía San Pablo: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago» Rom 7,29.
Pero existe una alternativa salvadora, una posibilidad de cambio y es –cómo apunta el autor– peligrosa y exige mucha atención, se trata de buscar en el infierno los sitios que no son infierno y hacerlos duraderos, mantenerlos y ayudarlos a crecer. Al final la batalla cultural que vivimos no la vamos a ganar sino a fuerza de bien. Tenemos que buscar esos sitios que no son infierno y potenciarlos. Buscando como dijo San Juan De la Cruz:
“No me mueve, mi Dios, para quererte|el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido|para dejar por eso de ofenderte. […] Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”.
Tenemos que buscar en nuestra sociedad espacios de bien, bondad y belleza, espacios que podamos acompañar, en los que podamos sanar, curar, bendecir. Esto solo lo podremos encontrar siendo valientes y nadando a contracorriente. La batalla esta comenzada, tenemos que ganarla a fuerza de bien. Considero que la recepción de los sacramentos, como puede ser la primera comunión o la confirmación son un momento para que vivamos de este bien, bondad y belleza. Para que comencemos como familias a querer caminar hacia Cristo, hacia el Cielo, hacia el Dios Verdadero.
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