Educar en el asombro
Relectura de El sentido del Asombro y Confesiones X,27
Declaración de intenciones
El único motivo por el cual escribo estas líneas es para reforzar una idea que llevo meses intentando compartir en catequesis familiar. Una idea que no es mía, que es el fruto de horas de lectura en el verano sobre pedagogía de la catequesis. Una idea que continúo fraguando en el otoño con los meses que llevamos de experiencia y que por fin en el invierno se vuelve a presentar de la mano de un libro, una obra maravillosa, sencilla, pequeña; hablo de El sentido del Asombro de Rachel Carson que llega en una hermosa reedición de mano de Ediciones Encuentro[1]. Una idea que he pasado de la cabeza, al corazón y de este a las manos.
El objetivo es hacer una relectura del libro desde una cita de San Agustín que me parece cautivadora, ubicada en el decimo libro de las confesiones, en el capítulo veintisiete:
¡Tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de aquellas cosas que, si no estuvieran en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste y quebraste mi sordera; brillante y resplandeciente, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste y deseo con ansia la paz que procede de ti.
San Agustín, Conf, X,27.
Hablaremos del sentido del asombro desde los cinco sentidos, que es la manera en la cual Agustín nos relata como fue ese descubrimiento de Dios. Una imagen llena de asombro.
Espero, en verdad, que estas líneas sirvan para que las familias resignifiquen la importancia de la educación del asombro en nuestros niños que se preparan para recibir la Primera Comunión. Por último este texto esta escrito desde la circularidad de la parábola del sembrador (Mc 4, 1-12) que nos sirve de eje en la catequesis de preparación para la Primera Comunión.
Un momento privilegiado
Nos situamos en la edad de los niños que viven la preparación para la Primera Comunión. Según Piaget esta edad es un momento privilegiado, es la etapa del asombro, una etapa mágica donde el niño puede de una escoba conseguir un caballo, de una caja un palacio.[2]
Es una etapa de idealización, se idealiza lo que se ve y se tiene cerca, las figuras de autoridad, los padres. El niño aprenderá de ellos todo lo que vea, lo bueno y lo malo, aprende del ejemplo, no de las normas que se le impongan. Es muy importante comprender que el niño imitará todo lo que ve en casa. Por ello, si en casa vive un ambiente religioso, el infante logrará comprender más fácilmente el mensaje cristiano.
En el niño se comienza a fraguar un ego, un yo. Se comienzan a crear imágenes de él mismo, que será un calco de sus padres. En esta fase simbólica es muy importante la asistencia asidua a los sacramentos, intentar enseñar al niño que se va a misa a algo importante.
Se tiene que significar la misa para las familias. Tiene que ser un momento importante, por ello se desaconseja que los niños lleven juguetes en estas edades a misa, antes pueden ser un apoyo para el niño. Pero ahora, en la etapa de preparación a la Primera Comunión, pueden estancarle y no ayudarle a integrar un mensaje real. Se tiene que enseñar al niño a estar atento en los signos, en los símbolos, en los momentos.
Es un momento importante, para un niño la transubstanciación[3] puede ser algo asombroso; qué tal vez para un adulto es algo cotidiano. Si nos paramos a pensar es algo extraordinario, solo que muchas veces nos hemos acostumbrado a vivir este milagro como algo cotidiano. Te propongo un ejercicio: La próxima vez que la familia vaya a Misa, mira el Sacramento e intenta asombrarte, pon atención a las palabras, los gestos, los símbolos. ¡Déjate asombrar por Dios!
El sentido del asombro
“El mundo de los niños es fresco y nuevo y precioso, lleno de emociones. Es una lástima que para la mayoría de nosotros esa mirada clara, que es un verdadero instinto para lo bello y que inspira admiración, se debilite e incluso se pierda al hacernos adultos”[4].
Me gustaría comenzar hablando del Don, una palabra impresionante, una palabra que implica una responsabilidad. El Don es un regalo de Dios, un obsequio que se tiene que apreciar, aprovechar y cultivar.
Malcolm Gladwell habla del Don desde lo que llamará el ‘Efecto Mateo’[5], basado en la cita de Mateo 25,29. El ensayista americano propone que para lograr algo se necesita un don, que es un regalo, pero que para poder realmente utilizar ese Don tenemos que dedicarle tiempo, el propone 10,000 horas. Nosotros no nos pondremos tan exigentes, pero si considero que es importante dedicar tiempo para cultivar los Dones.
Aquí comienza el problema, y es donde creo que tendríamos que centrarnos. Los niños tienen un Don innato de asombro, ya lo dice Chesterton:
“Cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta”.
Lo más probable es que no tengamos que estudiar teología, o comprender el misterio de la transfiguración para que a nuestros hijos les asombre el misterio Eucarístico. El problema viene en como mantener y avivar ese fuego.
Porque veíamos en el apartado anterior la importancia de la imitación de nuestros niños, ahora tenemos que acercarlos al misterio y viene aquí la pregunta clave: ¿Cómo es posible que acerque a mi hijo a Dios, lo creo realmente?, el objetivo de lanzar esta pregunta no es para enjuiciar a nadie, sino para invitar a que nos preguntemos esto, cómo puedo acercar a mi hijo a algo que creo, o que no creo.
Puede ser esta pregunta una invitación a dejarnos de Dios, a soltarnos en sus manos y fiarnos de su plan maravilloso, puede que esta pregunta suscite muchas otras dudas, lo único que podemos perder es que tal vez, nos convirtamos y nos salvemos.
Sentir lo que creemos.
“Yo sinceramente creo que para el niño, y para los padres que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir. Si los hechos son la semilla que más tarde producen el conocimiento y la sabiduría, entonces la emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer”[6].
Nos situamos en la lógica de la parábola del sembrador, los padres van tirando semillas en el niño. Llevamos a los niños a clases de inglés, francés, alemán, mandarín, Taekuondo, piano, matemáticas, lectura, esgrima, equitación; muy bien, ponemos semillas.
El problema es cómo cultivamos estas semillas que vamos poniendo en el niño. Sobre todo, a mi lo que más me importa es la catequesis. Porque el niño esta pasando un tiempo de su infancia en catequesis, en estos años estamos preparando la tierra para que ese pequeño niño pueda ser un Cristiano maduro, consecuente con su fe, y defensor de esta.
El niño experimenta emociones, tiene una sensibilidad por lo bello, tiene entusiasmo por lo nuevo y quiere conocer lo que no conoce, también puede sentir simpatía, compasión, admiración y amor. El niño puede sentirlo todo, ahora es cuando los Padres tienen que ayudar a encausar esos sentimientos, esas emociones.
Con los niños se puede reflexionar de todo, porque son receptivos, no son como nosotros los adultos. Se puede reflexionar sobre el germinado de una planta en un bote en la encimera, desde ella podemos hablar del amor de Dios que nos da alimento y sustento (Jn 6,22).
Se puede reflexionar dando un paseo bajo el calor del Sol, sobre un Dios que nos ama tanto que nos da calor y hace que salga el sol para buenos y para malos (Mt 5,45).
Podemos reflexionar lo importante que es alimentarnos, lo importante que es comer sano y lo importante de alimentarnos de cosas buenas, que nos hacen bien, como la Eucaristía (Jn 6,35).
Para ello, los adultos, tenemos que volvernos receptivos, tenemos que resignificar nuestra vida, nuestro modo de comprender las cosas. Es muy sencillo: “Es volver a aprender a usar tus ojos, oídos, nariz y yemas de los dedos”[7].
Los niños tienen capacidad de hacer esto, nosotros tenemos que reaprender esa capacidad. La capacidad de ver un castillo en una caja de Amazon, un caballo de una escoba, al Resucitado hecho pan y vino en la Sagrada Forma en cada Eucaristía.
Esta es la experiencia que Agustín nos comparte en la cita del principio. Agustín llegó a un momento en el cual Dios se presentó con tanta fuerza que renovó sus sentidos.
Me llamaste y clamaste y quebraste mi sordera; brillante y resplandeciente, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste y deseo con ansia la paz que procede de ti. Conf, X,27
El Señor le llamó y rompió la sordera de sus oídos. Vio la luz de Dios que resplandeció en sus ojos, ciegos por el pecado. Inhaló y exhaló el dulce perfume del Señor, que resignificaron la importancia de respirar. Gustó de Dios, de su Palabra que es dulce como la miel, que habla al corazón, que alimenta al cuerpo con las mismas palabras que Dios dijo; que sació su hambre, por un hambre verdadera. Lo último y más importante sintió el abrazo de Dios que le tranquilizó. Está es la experiencia de un adulto que se deja asombrar por Dios.
Esta experiencia de Agustín se logra si nos permitimos el asombro en nuestras vidas, dejándonos sorprender por Dios. Es el asombro que podemos aprender de nuestros hijos, pero encauzado con lo que podemos aportar desde nuestro ser adulto. Por ello el trabajo de esta catequesis es conjunto, implica el asombro de los hijos y el ejemplo de los padres y viceversa.
Conclusión: «Ser como niños» Mt 18,3.
“Muchos niños, quizás porque ellos mismos son pequeños y están más cerca del suelo que nosotros, se dan cuenta y disfrutan con lo pequeño y que pasa desapercibido. Quizás por eso es fácil compartir con ellos la belleza que solemos perdernos porque miramos demasiado deprisa, viendo el todo y no las partes”[8].
El mensaje es muy claro, tenemos que aprender de nuestros hijos. Pero también tenemos que ser ejemplo para que nuestros hijos puedan aprender de nosotros.
Estas líneas tienen el único objetivo de convencer a los padres de la importancia de ser ejemplo para sus hijos, de que los niños van a replicar todo lo que vean en ellos. Las actitudes vitales son muy importantes. Es importante que en casa se respire un ambiente cristiano, donde se vivan los sacramentos, se santifiquen las fiestas, donde se ore en familia.
Concluyo con una última cita de esta maravillosa obra: “[…] ningún niño debería crecer sin conocer el coro de los pájaros al amanecer en primavera”[9]. Ningún niño debería crecer sin la oportunidad de escuchar la voz de Dios, sin la oportunidad de conocer a Dios de la mano de sus Padres.
Fray Alfonso J. Dávila Lomelí, OAR.
Solemnidad del Bautismo del Señor, AD 2022.
[1] Rachel Carson, El sentido del Asombro (Nuevo Ensayo 84), Encuentro 2021.
[2] Cfr. Fernando López Luengos, El problema del amor: una guía desde la psicología, la neurociencia y la espiritualidad (Nuevo Ensayo 91), Madrid: Encuentro 2021, pp. 47-59.
[3] Es la conversión de la sustancia del pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, dentro de la Eucaristía; cambian su sustancia para convertirse en el cuerpo de Resucitado. Esto sucede por las palabras que el mismo Cristo dijo en la última cena con sus discípulos. Cfr. Jesús Álvarez Maestro OAR – Edita Hornáčková Klapicová PH D – José A Martínez Puche OP, Diccionario abreviado del cristianismo (Grandes Firmas EDIBESA 161), Madrid: EDIBESA 2011, p. 461.
[4] Carson, El Sentido del asombro, 38.
[5] Véase: Malcolm Gladwell, Outliers (fueras de serie): por qué unas personas tienen éxito y otras no, traducido por Pedro Cifuentes, Miami: Penguin Random House 2017, pp. 23-42.
[6] Carson, El Sentido del asombro, 39.
[7] Ibid., 44.
[8] Ibid., 49.
[9] Ibid., 52.
3 thoughts on “Educar en el asombro”
Qué bueno! Alfonso como siempre dejándonos lo mejor!
Gracias, Isabel.